La excitación era tanta que se presentaba como un dolor pélvico, suave, exquisito, incómodo;
un dolor que no desaparecería por más que amainara la erección o que pensara en otra cosa, un dolor
que advertía que no hay vuelta atrás. En mi mente sólo existía una imagen, que acentuaba mi dolor y
hacía que el sudor escurriera en mi cuello: Su pecho cubierto de blanco semen y un orgasmo emergiendo
en su aliento.
Abrí los ojos y estaba ahí, en mi cuarto, exhausto, respirando agitadamente y así, quede dormido, con el deseo de verla e imaginando sentir sus bragas húmedas
" ... "
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